Las mil y una formas de romper la paciencia
Este es un artículo publicado hace ya un tiempo, pero como todo lo del gran Enrique, actual y permanentemente vigente, por lo que hoy lo pongo a su disposición.
Espero que lo disfruten, como lo he hecho yo.
Publicado en
Cambalache
Una de las mil maneras de romper la paciencia
Por Enrique Pinti
Entre la hipocresía acomodaticia de decir que todo está bien y la honestidad brutal de tirar a la cara del prójimo todos los defectos que le detectamos tiene que haber, como en todo, un término medio de sensatez y sentido común. ¿Es lícito decirle a alguien lo gordo que está, lo viejo que se lo ve y lo poco saludable que luce? ¿Es correcto emitir opiniones adversas hacia actos, vida y obra de algún fulano que no ha solicitado nuestro parecer y que no demuestra el más mínimo interés en enterarse de nuestra evaluación?
El que escribe está algo harto, diría podrido, de escuchar a "hechiceros de la tribu" recomendando nutricionistas, psicólogos, profesores de yoga y métodos rejuvenecedores. Estos consejos son la manera más o menos sutil de decirme que me ven en el colmo de la obesidad, muy estresado y más viejo que la humedad. ¿Por qué no esperar a que el interesado hable, se exprese, pida ayuda y diga, él solito, como Dios manda: "Estoy hecho una vaca, necesito adelgazar, tengo una angustia enorme, me siento mal anímicamente y siento que estoy entrando en la senilidad, hace años que el sexo ya no es un problema para mí porque ha dejado de existir y no siento el menor estímulo en mi trabajo"? Entonces sí está superindicada la catarata de números de teléfono y direcciones de cuanto profesional, curandero, matasano, alquimista y astrólogo uno haya conocido para apuntalar al amigo en apuros.
No ayudar es egoísta, ayudar sin que te lo pidan puede ser generoso y agradable si uno se da cuenta de que por timidez o confusión el otro no puede verbalizar el pedido de auxilio, pero ayudar en forma machacante, paternalista y sobreactuada es una de las mil formas de romper la paciencia y puede constituirse en delito grave contra terceros.
Hace unos meses estaba yo en un café de mi mágica Buenos Aires; eran las seis y media de la tarde de un viernes y la calle Corrientes ardía a pesar de una temperatura invernal y un viento huracanado. Saboreaba mi café, miraba arrobado el cartel luminoso del teatro que estaba en la vereda de enfrente, donde mi nombre brillaba como el sol, y divisaba una importante cola de espectadores que esperaban conseguir las últimas localidades disponibles para la función de esa noche, que iba a estar completa y con cartelito de "agotadas". O sea, estaba feliz, contento, olvidándome de las malas noticias que había leído en el diario y dispuesto a salir a escena a divertir al público. Sin embargo, algo debió ensombrecer mi expresión, quizás alguna mueca deformó mi boca o alguna puntada en la pantorrilla o una contracción de cervicales me obligó a hacer un gesto de desagrado o… no sé. Pero una señora que pasaba por la calle me junó por la ventana, entró al bar, se dirigió a mí y exclamó: "¿Qué pasa, Enrique? ¿Por qué esa cara? ¿Necesita algo? ¿Se siente solo? ¿Qué hace solito acá, perdido en un café, usted que debe de tener mil amigos? ¿Quiere tomar un cafecito conmigo? ¡Yo lo adoro! ¿Sabe? Y no puedo tolerar que esté triste". Quedé sin palabras, y eso es muy difícil que me ocurra a mí desde que aprendí a hablar de corrido. Me superó… No pude articular ni una frase coherente; sólo atiné a decir: "Estoy bien, gracias". Frustré a una psicóloga espontánea. Lo lamento, pero que agradezca la señora que la felicidad que me embargaba, y que ella no supo ver, consiguió que mi contestación hubiera sido tan escueta; se salvó de un: "Metete en tu vida, no invadas la de alguien que ni sabe quién corno sos y tampoco desea saber, y dejame en paz que si necesito ayuda sé pedirla a los que amo, ¡imbécil!". ¡Dios la ayudó!
* El autor es actor y escritor
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Etiquetas: En la edad de los porque, No tenés nada mejor que hacer?, Zapatos de goma y filosofía barata
4 Tuvieron algo que decir:
Cuanta verdad..
Si nos limitáramos a opinar cuando realmente se nos solicita opinión y no nos metiéramos tanto en la vida ajena, que distinto sería todo..
Yo era una de esas que quería solucionarle la vida a todos.. hasta que me di cuenta que mis consejos/opiniones.. eran al pedo, porque en realidad el interlocutor hacía lo que se le cantaba.
Con respecto a las críticas constructivas si es alguien bien, pero bien cercano y uno le busca el lado amable, creo que no tiene porque molestar.. digo, de pronto, me parece...
Besos
Araña: Estoy convencido que si alguien quisiera una opinión, la pediría, por lo tanto tengo la costumbre de no meterme en lo que no me importa, a menos que esté expresamente autorizado por el interesado. Por ello también me han criticado,por "no meterme". Conclusión, no hay poronga que les venga bien, por lo tanto sigo en la misma tesitura que, a fin de cuentas, es menos comprometedor.
Hay que tener muy en cuenta el "gataflorismo" de la gente y siempre saber que es imposible conformarlos a todos.
Uno tiene que hacer lo que le parezca correcto según la situación y el resto... que se arregle.
Lo fui a ver al teatro hace años. Habìa un pibe sentado al lado mío que se agarraba la panza y aplaudía como loco. Gritaba "es un monstruoooo este tipooo". Me reía solo de escucharlo a él.
Un maestro, realmente.
Saludillosss
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